‘’Elvis Presley fue la promesa de libertad, el grito de liberación de toda una generación de artistas censurados y despreciados, la imagen de aquellos jóvenes que querían romper con lo tradicional. ’’
Elvis Presley en el Hotel New Frontier de Las Vegas, 30 de abril de 1956. (AP Photo/File)
El fatídico martes 16 de agosto de 1977, el círculo autodestructivo en el que Elvis Presley se había visto inmerso desde hacía muchos años llegó a su fin con el peor de los desenlaces posibles: un accidente cardiovascular acabó con su vida en la soledad de un baño, un sitio demasiado frío y cotidiano para ser el lecho en donde el que había sido proclamado Rey exhalara su último suspiro. Sin embargo, recordarlo de esta manera, centrarse en esos momentos finales donde se había convertido en un auténtico meme (algo no del todo cierto), como un adicto a sustancias u otro juguete roto más de la industria musical, es una completa injusticia e incluso roza la falta de respeto.
Elvis Presley fue uno de los mayores (por no decir el mayor) exponente de la cultura y música estadounidenses del siglo XX. Su historia, muchas veces utilizada para fortalecer el mito del ‘‘sueño americano’’, su prodigiosa voz con la que abarcó muchos más estilos musicales a parte del rock’n roll, su imponente físico que le llevó a ser considerado todo un mito sexual e incluso sus películas, aunque ninguna de ellas fuera cine de culto por sus endebles tramas e interpretaciones, forman parte de un legado que a 43 años de su muerte se mantiene vigente (y con mucha fuerza) en la cultura popular universal.
Es precisamente por ello que cuando ha de hacerse alusión a este acontecimiento, el de su fallecimiento, parece que hablar de ‘‘muerte’’, ‘‘partida’’, ‘‘luz que se apaga’’ u otras expresiones sinónimas no resulta del todo correcto. Elvis no solo está más vivo que nunca (justo antes del parón forzado por el coronavirus, se empezaba a rodar en Australia un biopic protagonizado por Austin Butler como el propio Presley y Tom Hanks como su manager, el coronel Parker), sino que se trata de esas figuras que por años que pasen, modas que vengan y artistas que surjan, jamás se borrarán de nuestra memoria colectiva. Esto es aplicable también a otros mitos tales como Marilyn Monroe o Michael Jackson.
Ahora bien, conviene hacerse una pregunta: ¿cuál es el recuerdo que se guarda de Elvis? ¿Se recuerda a ese joven que escandalizó a la conservadora sociedad americana de mediados del siglo XX o a aquel meme del que hablábamos al principio de este artículo? Hacer esa clasificación es dejar a un lado una de sus mejores épocas: finales de los 60 – principios de los 70.
Los últimos años del reinado
Corría el año 1968. Presley, que llevaba unos siete años retirado de los escenarios por la obsesión de su manager en impulsar su nefasta carrera cinematográfica, tiene la oportunidad de renacer en un show que a día de hoy se recuerda como el ‘68 Comeback Special por el impacto que supuso. El entusiasmo y las ganas que puso en cada ensayo dieron un maravilloso resultado. Esa imagen del artista en sus treinta, vestido con un ceñido traje de cuero negro, acompañado por sus músicos de siempre y haciendo gritar a toda su audiencia de mayoría femenina significaba el resurgir, el retorno de aquel chico de Tupelo que logró conquistar los Estados Unidos con sus bruscos movimientos, su tupé y su guitarra.
En 1970, vendría otro momento cumbre en lo que serían los últimos destellos de su carrera antes de volverse un simple atractivo turístico de Las Vegas y aquel envejecido rechoncho en un extravagante traje blanco con lentejuelas y capa. En junio de ese año, cinco días intensos de grabación maratoniana en Nashville darían material para tres discos de gran peso en su trayectoria. Por otro lado, veríamos al muchacho de asombrosas patillas y gafas violetas que paraba los ensayos para hacer reír a quienes le rodeaban. Una versión especial con cuatro CDs que contienen material inédito de estas grabaciones saldrá a la venta en noviembre de este año.
Tres años más tarde tendría lugar ‘Aloha from Hawaii’, el primer concierto retransmitido vía satélite que dio la vuelta al mundo y contó con, supuestamente, más de mil millones de espectadores. En aquel show, emergió un Elvis que, con garra, interpretó un variado repertorio en el que se encontraban los himnos ‘My Way’ y ‘An American Trilogy’, recordando al mundo que seguía ahí, que nunca se había ido.
En junio de 1977, con, literalmente, la muerte en los talones y convertido ya en una parodia de sí mismo, hubo un momento de luz inmensa que le consagró como un ser sobrehumano, que arrastró por el suelo todo tipo de burla vertida hacia él. Como si supiera que se trataba de una de sus últimas actuaciones, asfixiado y visiblemente cansado, Presley se sentó al piano, e interpretó ‘Unchained Melody’ con una fuerza que emanaba desde lo más profundo de su ser, bordando su nombre en letras doradas para siempre.
De ahí que se vuelva a replantear la cuestión hecha unos párrafos atrás sobre qué Elvis se recuerda. Porque no, no era un meme aunque el mismo forzara muchas veces esa imagen con sus excentricidades o el coronel Parker le llevara al ridículo más extremo con tal de añadir más ceros a su cuenta bancaria; tampoco era un drogadicto ni un disfraz para contraer matrimonio con Marilyn Monroe entonando el estereotípico ‘‘ou yeah’’. Incluso en sus momentos finales, el mito, la leyenda, permanecían dentro de su cuerpo, y él lo sabía.
Elvis Presley fue la promesa de libertad, sus raíces en la cultura negra le llevaron a ser el grito de liberación de toda una generación de artistas censurados y despreciados. Elvis Presley fue la imagen de todos aquellos jóvenes que querían romper con lo tradicional, que soñaban con una sociedad más abierta y liberal. Elvis Presley fue rock’n roll pero también fue góspel, rockabilly e incluso pop. Elvis Presley fue el Rey, y su legado artístico es probablemente una de las huellas más profundas de la historia musical y sociocultural de nuestro planeta.
Decía John Lennon que ‘‘antes de Elvis no había nada’’, y es cierto. El niño que a los once años recibió (y no con mucho entusiasmo) su primera guitarra, el jóven que desafió a todo un país y el adulto cuyas emociones no supo gestionar y acabaron con él, fue un antes y un después. Fue fuente de inspiración para genios de la talla como The Beatles, Bruce Springsteen y un largo etcétera. Seguimos viendo referencias en anuncios de televisión, videos musicales… y su vida sigue siendo carne de contenido audiovisual. Para que la cultura y la música existieran tal y como la conocemos a día de hoy, alguien debía dar un paso adelante, y Elvis fue de esos primeros valientes en darlo, en usar su privilegio para hacer algo grande.
Una de las cosas que se le reprochan es que nunca compusiera una canción. Sin embargo, él mismo decía que ya bastante hacía con interpretarlas, pues sus circunstancias económicas no le permitieron progresar en sus estudios. Asimismo, se le acusa de apropiación cultural sin conocer el contexto en que nació y creció, las influencias y la cultura que bebió durante toda su niñez.
Por eso y como broche final a este pequeño y humilde homenaje a una de las más grandes figuras, no hay que quedarse con el Elvis que los medios quieren que veas, el que suscita el morbo de la autodestrucción y las teorías conspirativas, la caricatura, el tópico. Hay que quedarse con el icono, pero para ello ha de conocerse a la persona, empatizar con él e incluso quererle o, como mínimo, respetarle. Y lo cierto es que a 43 años de su muerte, todavía se está a tiempo de ello: porque Elvis vive, y vivirá por siempre.
Por: Noelia Gil
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